Amigas

Laura es amiga de Flor. Ella sospecha que su marido la está engañando con otra mujer, pero no puede comprobar nada porque no tienes pruebas. Su marido, Alberto, es una persona bastante apuesta, tiene 32 años, ojos pardos bastantes llamativos, un físico lleno de músculos, ya que cumple la rutina diaria de ir al gimnasio. Laura sale todos los días a sus clases de Yoga y llega alrededor del mediodía para luego llamar a Flor y hacer planes el resto de la tarde. Flor es una mujer de 25 años, pelo castaño, ojos canela, mirada traviesa y unos hermosos senos que van acompañados de un contorneado y delicioso trasero, dos atributos que nunca van tan proporcionados como los tienes ella.


En un Café de Miraflores cercano a la casa de Laura, las dos amigas se encuentran para charlar y contarse algunos chismecitos. En eso, Flor no puede evitar darse cuenta de que su amiga está muy pensativa y preocupada.

¿Qué pasa, Laurita? – dice Flor.


Nada, bueno sí. – contesta Laura con un tono sollozo y angelical.


Mi marido me engaña, lo sé, lo presiento. No sé qué hacer Flor. ¿Tú crees que Alberto sería capaz de sacarme la vuelta?


Flor se queda callada, como si meditara su respuesta y pensara astutamente qué decir. No, él es un caballero, jamás te haría eso chiquita. – responde Flor con un tono servicial y amigable.


El viento corre, ya son las 5 de la tarde, y las amigas conversan poco, se miran sus caras y toman el té lentamente como si fuese un trago amargo.


Alberto, yo lo quiero mucho, el me ha dado los mejores años de mi vida, desde que lo conocí. ¿Te acuerdas, Flor?. El llevaba un terno marrón oscuro, una camisa blanca y una brillante corbata amarilla que me llamó la atención – yo tenía 20 años, recién cumplidos. Estudiaba en la Universidad de Lima y estábamos en break, las dos, y de repente el se tropieza conmigo y yo le pido perdón y él todo amablemente me dice: No, qué ocurrencia, yo he tenido la culpa, cómo he podido tropezar con tan bella dama. Fue una situación embarazosa, no sabía qué hacer, pero el volvió a abrir sus labios para decir: Qué tal si cenamos más tarde, tómalo como unas disculpas, y no aceptaría un No, por respuesta. Dije sí.


Flor hacía gala de su gran profesión, psicología, y escuchaba atentamente lo que su angustiada amiga le decía. Cuando Laura terminó de hablar ella dijo: ¡Sí, claro que me acuerdo, sonsita!, pero no tienes que pensar así. Alberto te ama como un descocido, siempre me habla de ti con emoción. No creo que esté con otra – sentó con una voz fuerte.


¡Camarero! - dijo Flor con una voz muy fuerte.


Si, señora en qué la puedo ayudar – dijo el camarero un poco asustado.


¡Hey!, en primer lugar, no soy señora. Soy una señorita - corrigió Flor.


Flor, no seas así con el amable señor – protestó laura con una voz eufórica.


Sí, lo siento, sino que el tema de tu marido me ha puesto así. No es que lo crea, pero el hecho de pensar que Alberto te haya puesto los cuernos me da una incalculable rabia – dijo Flor.


No tienes que hablar tan fuerte. ¿Quieres que todo el mundo se entere? – asentó Laura.


El camarero estaba impaciente escuchando la conversación de las amigas y solo atinó a decir: ¿Puedo ayudarla en algo? – dijo cortésmente.


Flor lo miro a los ojos y su mente vivaracha y astuta empezó a maquinar una idea. Se notaba en su silencio y la manera tan fija en cómo miraba al ilustre sirviente de aquel café miraflorino.


Todo era silencio, el té de las amigas se estaba enfriando, el viento soplaba y la gente pasaba por la vereda. Estaba ahí ahí, el camarero, Laura y Flor, sin decir ni una sola palabra hasta que, de pronto, Laura dijo:


¡No, Flor!, esa mirada tuya y ese silencio no me gusta nada, no querrás que…(CONTINUARÁ)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hgfhgh

Anónimo dijo...

hola bueno acabo de leer su entrada la de la amiga y me gustaria bastante q terminara la historia, ya q usted indica q continuara.., espero q la termina bueno gracias,,

hasta luego,...