La dosis

Sebástian se siente muy relajado. Son las dosis de whisky que ha estado ingiriendo muy lentamente, pero con mucha pasión, mucho anhelo. Son casi las 11 y 40 de la noche y él ve un reportaje sobre una vedette argentina en un programa del canal 2. Su mente divaga, sus pensamientos están en vaivén, sus sentidos están alertas. Suena su celular y él contesta en el segundo timbrado. Es su madre, pero Sebástian no tiene ganas de hablar con nadie, ni con su madre, así que utiliza sus tácticas oratorias y logra finalizar la conversación en menos de treinta segundos. Ahora se siente aliviado, coge su vaso de “Johnnie” y lo bebe con mucho deleite, lo disfruta, tanto como tener sexo.

El tener esa dosis de licor en su organismo, lo hace perder el control absoluto de sus acciones, no puede evitar pensar en su vida, sus amigos, su forma de tener sexo. Aunque esta última sea la que mas protagonismo tiene, se roba el show, no deja que los demás actores de la vida interactúen, los opaca, los deja a un lado, los margina. Pero es su juventud, son sus 22 años, la que no tolera tener una “buena” vida.

Hace pocos minutos él estaba viendo una serie poco conocida, y se ha quedado pensativo, su mente se ha detenido, sus sentidos, se han quedado con una gran interrogante, su sentido del humor ha cambiado, su manera de ver el mundo ha sido cuestionada por dos hombres: Brian y Justin. No lo puede creer, no puede concebir que su mente se esté abriendo. Él está empezando a cambiar, a tolerarse a sí mismo.

La dosis de whisky no es suficiente, necesita algo más – piensa Sebástian – no quiere pensar en qué podría ser, pero su imaginación se lo puede impedir, él quiere sentir más. Entonces él piensa: Este momento es ideal, preciso, para reír acaloradamente, hilar historias con mucho humor que me lleven a momentos – instantáneos – de felicidad, sentir deseos infernales, cuestionar la vida de otros y la mía, reírme de mí y de las vicisitudes que hay y que no hay. Quiero que mi cerebro vea su color verdoso y que sienta el roce de su humo por mi garganta y me haga toser desesperadamente (como si hubiera sufrido un súperatoro). Es una sensación fácil de describir físicamente, pero no, emocionalmente. Es estar en el altar divino, jugar ajedrez con el creador del universo o hacerlo con el amo de las tinieblas. No tiene barreras, porque cuando uno va sintiendo más, sigue queriendo más y mucho más. No encuentra límites, las barreras no figuran en este juego, las reglas desaparecen. Así que solo existes tú, la máxima creación divina, a imagen y semejanza del creador. Por eso no existen pecadores, sino

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